El ácido láctico es un alfa-hidroxiácido (AHA) de origen natural, derivado de la fermentación del azúcar de la leche, ampliamente utilizado en cosmética profesional por sus propiedades exfoliantes, hidratantes y despigmentantes. Aunque a menudo se le compara con el ácido glicólico, ambos tienen particularidades que conviene conocer para ofrecer un tratamiento seguro y eficaz.
A nivel funcional, el ácido láctico actúa exfoliando las capas superficiales de la epidermis, favoreciendo la renovación celular y mejorando la textura y luminosidad de la piel. Su estructura molecular es más grande que la del ácido glicólico, lo que significa que penetra más lentamente en la piel y es mejor tolerado, especialmente en pieles sensibles, secas o con tendencia a la irritación.
Por su parte, el ácido glicólico tiene una acción más profunda y potente debido a su menor tamaño molecular. Es más eficaz en casos de acné, arrugas marcadas o poros dilatados, pero también puede generar más sensibilidad o descamación.
El ácido láctico destaca, además, por su capacidad de atraer y retener agua en la piel, contribuyendo a una hidratación duradera, lo que lo convierte en una opción ideal para tratamientos faciales en pieles deshidratadas, con manchas o envejecidas prematuramente.
En tratamientos profesionales, suele utilizarse en concentraciones entre el 5% y el 15%, y su aplicación requiere una correcta evaluación del fototipo, estado de la barrera cutánea y protocolo post-peeling.
En resumen, el ácido láctico no es lo mismo que el glicólico, y aunque ambos pertenecen a la familia de los AHA, presentan diferencias clave en cuanto a tolerancia, profundidad de acción y beneficios específicos. Una elección informada marcará la diferencia en los resultados y en la satisfacción del cliente.